Solía gritar el dueño del circo, coincidiendo con el paso de la gente ante la enorme carpa de rayas verticales rojas y blancas. «Pasen y vean, niños y niñas, señoras y caballeros, el mejor espectáculo del mundo…»

Recuerdo que, una vez, mi abuelo me llevó como regalo de cumpleaños. Yo tendría alrededor de diez y la mezcla de colores, luces y sombras, disfraces, animales, olores…me resultó fascinante. Todo era nuevo, increíble, mágico.

Mi memoria no alcanza para traer exactamente a estas líneas qué ocurrió bajo esa gran carpa, aunque la sensación de que fue algo grande sí se mantiene. Y la usaré para el post de hoy, junto a un poco de imaginación.

Normalmente, en los circos se reúnen todo tipo de artistas que dan lo mejor de sí mismos para agradar al público que los visita. Algunas de estas personas poseen habilidades entrenadas durante años, como los trapecistas, los equilibristas y los malabaristas. Otras las tienen innatas, como los adivinadores y los domadores de leones, tigres y elefantes. También las hay con habilidades asombrosas, como los tragasables, los contorsionistas y los mentalistas, y los que transforman debilidades en fortalezas, como la mujer barbuda. E incluso los que se centran en entretener y divertir, como los magos y los payasos, poseen cualidades especiales para ello. Todos, trabajando juntos, conforman un precioso espectáculo.

Me gusta pensar que la vida es un circo, que cada persona es como un circo. Me reconforta creer que todas esas habilidades que mostraban los artistas sobre la pista, esas mismas que en acción resultaban impresionantes al público, están dentro de cada uno de nosotros. Porque todos tenemos algo innato que nos diferencia sobre el resto, y podemos entrenar y aprender multitud de cosas, y meter la mano en la boca de muchos leones, y andar sobre el alambre cuando hace falta, e intuir lo que está por venir y acertar, y hacer juegos malabares con lo poco que tenemos para dar mucho, y ser flexibles cuando la situación lo requiere, y tragar algún sable si es necesario y luego continuar adelante, y reir de nosotros mismos y de nuestros defectos, y provocar que los demás disfruten y se diviertan. Y, por supuesto, también hacer magia.

Lo que ocurre es que no nos damos cuenta. O no nos lo creemos.

Que la vida se convierta en un auténtico espectáculo o no depende de cada persona. Que los demás acudan por lo que uno es y por lo que aporta, y no por lo que se tiene, es la clave. Que cada individuo se sienta protagonista en su propio circo es una oportunidad fantástica. Que las luces brillen y la carpa permanezca en pie, o no, así como todo lo que suceda bajo ella, es la única y verdadera responsabilidad con la que nacemos y morimos.

Te invito a lograr que el mundo quede absorto y alucine con tu circo. ¿Existe mayor reto?

Que pasen, y vean.

De regalo, «El circo de las mariposas», con el magnífico Nick Vujicic.

Abrazos, Rafa Ferrer.

Seguro que me he dejado algo en el tintero. ¿Qué crees que falta?¿Estás de acuerdo con lo expuesto? ¡Deja un comentario o jamás lo sabremos!

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